Jano, el portero celestial, tutor de todos los comienzos
Según la mitología romana, pero también etrusca, Jano (del latín Janus o Ianus) era el portero celestial, representado con dos cabezas, simbolizando los términos y los comienzos, el pasado y el futuro, el dualismo relativo de todas las cosas. Los dos rostros.
En su templo, las puertas principales quedaban abiertas en tiempos de guerra y eran cerradas en tiempos de paz. Jano preside todo lo que se abre, es el dios tutelar de todos los comienzos, que se regocija con todo lo que regresa, lo que se cierra, siendo patrono, también de todos los finales.
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Jano en la mitología romana
Este dios, que no existía en la mitología griega y que surge con los romanos, según las leyendas, Jano era un hombre mortal que nació en la Tesalia que se ubica en Grecia.
La historia cuenta que a temprana edad se convirtió en un feroz guerrero y marchó a la conquista de Italia. Incluso llegó a fundar una ciudad allí en homenaje a sí mismo: Janícula. Al mudarse al Lacio, se casó con la reina dividiendo el reino.
Después de la muerte de su esposa, Jano pasó a gobernar solo todo el territorio y dedicó su gobierno a las transformaciones, desarrollos científicos, creación de leyes, perfeccionamiento del cultivo y la creación de las primeras monedas, muchos cambios fueron implementados durante su reinado trayendo para Lacio un período de paz y prosperidad nunca antes visto.
Al morir, Jano recibió el estatus de Dios, debido a su vida dedicada a las transformaciones, adquiriendo así la dualidad del dios de las transiciones, mirando tanto hacia el pasado como hacia el futuro.
También se cuenta que cuando el dios Saturno fue destronado y expulsado por su hijo Júpiter (Zeus griego) de su lugar en el mundo de los dioses, se refugió en el reino de Jano.
Y en agradecimiento, dotó a éste del poder de ver el futuro y el pasado al mismo tiempo y poder así, tomar decisiones sabias y justas (una de las razones de por qué se le representa con dos rostro) y lo convirtió en un dios.
Jano fue la inspiración del nombre del primer mes del año (enero, de la palabra en latín januarius), que fue añadido al calendario por Numa Pompilius (715-672 A.C.), sucesor de Rómulo, el mítico histórico personaje que, según Plutarco, fundó Roma el 21 de marzo.
La Dualidad de Jano
En la mitología, una de las caras de Jano hablaba la verdad, mientras la otra la mentira, confundiendo así a la persona a la hora de hacer una elección importante que podría traer grandes consecuencias.
Esto muestra la dualidad de Jano y su papel como Dios de las indecisiones, pues representaba así a aquel que calma y guía, protege y ama, y al mismo tiempo a aquel que engaña, que traiciona, que odia. Algunas tradiciones creían que Jano también encarnaba el caos, tanto exterior como interior.
En algunas de las simbologías asociadas a Jano, es representante de lo oculto y lo conocido, la verdad y la mentira, la luna y el sol, el pasado y el futuro, la dualidad que todos tenemos dentro de nosotros y que muchas veces se manifiesta en momentos cruciales de nuestras vidas, confundiéndonos y mezclando nuestros sentimientos y la capacidad de razonar, lo emotivo en fricción con lo racional.
Su símbolo es una llave que abre todas las puertas y posibilidades, así como las cerraduras. Su mes es enero. En Stregheria él es adorado como Ani, el Dios del Sol.
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