San Juan Bautista, el último profeta
San Juan Bautista nació en Judea, seis meses antes de que lo hiciera Jesucristo, el hijo de Dios. Lo hizo de manera milagrosa, ya que fue anunciado mediante un Ángel a sus padres, los cuales ya eran ancianos y fueron bendecidos con la gracia de Dios.
Zacarías, su padre, era un sacerdote israelita y vaticinó que su hijo sería profeta del Altísimo e iría delante del Señor para preparar así su camino. Siguiendo esta profecía, San Juan Bautista se retiró pronto al desierto donde vivía de manera austera, dedicando todas sus energías a la oración.
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Sobre el año veintiséis o veintisiete de nuestra era empezó a predicar una conversión sincera a Dios. Pero no sólo destinada a aquellos que eran pecadores reconocidos, sino también a aquellos que eran considerados de conducta intachable, como los doctores de la iglesia o los fariseos.
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Bautizo de Jesucristo por San Juan Bautista
Poco a poco sus palabras se fueron haciendo populares y la gente acudía en masa a escucharlo. Querían saber más sobre ese Salvador que vendría y se preocuparía por todos aquellos desafortunados.
Al querer entrar en el nuevo mundo que les estaba ofreciendo San Juan Bautista, debían ir limpios, sin ningún tipo de lastre relativo a malas conductas, envidias, odios, deseos impuros. Para lograr esta purificación eran bautizados en el Jordán, simbolizando así la eliminación de sus pecados.
Tanta era su fama que el propio Jesucristo fue hasta allí para ser bautizado por San Juan Bautista. Al momento de verlo, fue iluminado por el Espíritu Santo y lo reconoció como el Mesías. Tal era su respeto que se negaba a que él, un simple profeta, pudiera bautizarlo.
Sin embargo, Jesucristo, con la humildad propia del hijo de Dios, insistió para que lo hiciese. Al final consiguió convencerlo y empapó con las aguas del Jordán la esencia divina de quien poco más tarde moriría por todos nosotros.
Simbología de San Juan Bautista
Tan famoso santo es representado habitualmente vistiendo pieles de camello. Es así para recordar su paso por el desierto en el que vivía de la manera más austera posible, tapándose con este tipo de pieles y alimentándose de miel silvestre y de langostas.
En sus manos lleva siempre un cordero que simboliza la venida de Jesús que el profetizó y las palabras que dijo cuando lo bautizó en el Jordán: “He aquí el cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.
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