San Manuel: el guardián de la Eucaristía
San Manuel es un santo español nacido el 25 de febrero de 1877. Proveniente de padre carpintero y madre trabajadora del hogar, San Manuel creció sin ningún de egoísmo. Desde siempre tuvo inclinaciones religiosas, llegando a formar parte del coro de niños que animaban las celebraciones del Corpus Christi y La Inmaculada Concepción.
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Vida de San Manuel
Para costear sus estudios religiosos trabajó como sirviente en el propio seminario. En 1901 se ordenó como sacerdote y dio sus primeros pasos en Sevilla, pueblo al que fue enviado por el cardenal Marcelo Spinola. Posteriormente, se dirigió a Huelva en donde trabajó intensamente para acabar con la indiferencia religiosa que reinaba en la época.
San Manuel fundó junto a un grupo de colaboradores la «Obra para los Sagrarios-Calvarios» que tenía como principal objetivo promover el amor por Cristo, la Eucaristía y la Santísima Virgen María. También fue constituida la orden de los Misioneros Eucarísticos en el año 1918 y, tres años después, las Misioneras Auxiliares Nazarenas.
Tras una intensa actividad sacerdotal por todo el país, falleció el 04 de enero de 1940. El epitafio fue escrito por él mismo y rezaba: “pido ser enterrado junto a un sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!”.
En diciembre de 1999 fueron aprobadas sus virtudes heróicas por San Juan Pablo II tras ser comprobado uno de los milagros concedidos. Posteriormente, fue canonizado por Benedicto XVI en el año 2016. Su fiesta se conmemora el día 04 de enero. Es considerado como el guardián de la Eucaristía por el extraordinario amor que demostró en todo momento por Jesús sacramentado.
Oración a San Manuel
San Manuel González, apóstol y obispo de los sagrarios abandonados.
Tú, que enamorado de la eucaristía y de la presencia real de Dios encarnado en todos los tabernáculos del mundo;
y ante la indiferencia, ingratitud y olvido por parte de los hombres de acompañar en amor e intimidad al Santísimo Sacramento,
te ofreciste como reparador y amante del Dios escondido hasta la muerte;
y pediste ser enterrado junto a un sagrario para que tus huesos gritaran: “¡ahí está Jesús! ¡ahí está! No le dejéis abandonado.”
Enséñanos a tener esa intimidad con Cristo sacramentado para que nuestras almas locas de amor por Él se entreguen como ostias vivas para la salvación del mundo.
Amén.
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