Santa Teresa de Lisieux: Doctora de la Iglesia Católica
Santa Teresa de Lisieux, también conocida como Santa Teresita del Niño Jesús, es conocida como la Patrona de las Misiones. Fue declarada doctora de la Iglesia Católica en 1997 por Juan Pablo II. Su fiesta se conmemora el 01 de octubre.
Nació el 02 de enero de 1873 en Francia específicamente en Alençon y recibió el nombre de María Francisca Teresa Martin Guérin. Su padre era relojero y su madre costurera.
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Durante su infancia enfrentó la muerte de su madre a los cuatro años, razón por la cual su familia se trasladó a Lisieux. Su vida cambió tras este hecho y se tornó una niña tímida y temerosa. Cuando su hermana mayor, Paulina, decide entregarse a la vida religiosa en el año 1882, Santa Teresa de Lisieux experimentó una nueva pérdida de la figura materna.
Su padre sufrió de alucinaciones y tuvo que ser internado en un hospital psiquiátrico, etapa que vivió con profunda fe y entrega a Dios.
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Entrega a Dios desde la adolescencia
A los quince años de edad también ingresó en la Congregación de las Carmelitas al igual que sus cuatro hermanas. Para poder ser religiosa tuvo que acudir en peregrinación a Roma durante el jubileo sacerdotal del Papa León XIII. Cuando estuvo frente al Santo Padre le pidió que quería ser religiosa y entrar al convento. El Pontífice al ver sus modales, accedió a su petición. Su profesión como religiosa fue el día 08 de septiembre de 1890.
Santa Teresa de Lisieux cumplió con todas las normativas de la Congregación a excepción del ayuno ya que su condición de salud no lo permitía. Una de las penitencias más fuertes para la Santa fue la del frío invierno que también supo llevar con paciencia.
En 1893 fue nombrada profesora de novicias. Con el paso de los años adquirió una gran cantidad de virtudes en especial las meditativas. Vivió intensamente el Evangelio y todas sus enseñanzas. Su mentor espiritual fue San Juan de la Cruz a través de sus escritos, gracias a los cuales profundizó mucho más su amor por Dios.
Murió el 30 de septiembre de 1897 y su causa fue activada prácticamente de forma inmediata. Tras su fallecimiento tuvieron lugar una gran cantidad de milagros que le fueron atribuidos, cumpliendo así su promesa en cuanto a que después de su partida «dejaría caer una gran cantidad de bendiciones en forma de rosas».
Se le representa con un crucifijo en el pecho y un ramo de flores en las manos. Su popularidad llevó al Santo Padre a obviar el periodo de 50 años establecido por el Código de Derecho Canónico. Su Beatificación tuvo lugar el 29 de abril de 1923.
Posteriormente, solo bastaron dos años para que el Santo Padre Pío XI presidiera la canonización el 17 de mayo de 1925. En diciembre de ese año fue proclamada como la patrona de las Misiones. Juan Pablo II la nombró Doctora de la Iglesia Universal el 19 de octubre de 1997.
Sus padres, Luis Martin y Celia Guérin, fueron canonizados el 19 de octubre de 2008, siendo el primer matrimonio consagrado como santo en la era moderna. El milagro que los llevaría a los altares fue el de una niña española que nació prematura y que sus padres pidieron su intercesión.
El legado de Santa Teresa de Lisieux
Uno de los libros que escribió Santa Teresa de Lisieux fue «Historia de un alma» que es su autobiografía y que está formada por oraciones y frases en tres manuscritos. También escribió más de 250 cartas, 62 poesías, 21 oraciones, 8 obras de teatro, también conocidas como Recreaciones Piadosas. Acostumbraba decir que se contaba entre las almas pequeñas que solo podían «ofrecer pequeñeces al Señor».
Uno de los grandes mensajes en torno a la vida de esta gran Santa de la Iglesia Católica es la sencillez. También nos enseña a tener paciencia ante las circunstancias adversas de la vida. Las enfermedades que enfrentó las vivió en todo momento con humildad y entregó su sufrimiento por aquellos que también enfrentan padecimientos en silencio.
Oración a Santa Teresa de Lisieux
Oh bienaventurada Santa Teresita del Niño Jesús, que habéis prometido hacer caer una lluvia de rosas, desde el cielo, dirigid a mí vuestros ojos misericordiosos y escuchadme en mis múltiples necesidades.
Grande es vuestro poder porque Dios os ha hecho grande entro los santos del cielo.
Os suplico, pues, oh mi amable protectora, me alcancéis de Dios las gracias que os pido, siempre que sea para mayor honra de Dios y salvación de mi alma.
Os suplico de un modo especial que me hagáis participar de las rosas que nos habéis prometido, apartando mi corazón de las vanidades y placeres caducos de esta vida, y enseñándome a amar a Jesús y a María con amor verdadero, para que así pueda un día gozar con vos de la eterna bienaventuranza.
Amén.
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