La Virgen de la Medalla Milagrosa: sanación y protección divina
Una de las advocaciones marianas más conocidas en el mundo es la Virgen de la Medalla Milagrosa, un sacramental de la Iglesia Católica, que de acuerdo a los creyentes confiere salud y protección divina a su portador.
La historia de esta devoción inicia en el año 1830, en el Convento de las Hijas de la Caridad, ubicado en el número 140 de la Rue du Bac de París (Francia), lugar donde hoy se erige la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa.
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En ese entonces, una joven novicia, que posteriormente sería conocida como Santa Catalina de Labouré, asistió a una serie de apariciones de la Virgen María, quien le encomendó una importante misión.
Catalina fue partícipe de visiones místicas, de julio de 1830 a enero de 1831, mientras permanecía en oración dentro de la modesta capilla del convento. Allí recibió la información para diseñar la Medalla Milagrosa.
Las primeras piezas fueron acuñadas por las hermanas de la Caridad en el año 1832, con el permiso del confesor local. En ese entonces, una epidemia de cólera azotaba Paris, y aquellos que lograron sanar lo atribuyeron a la reliquia.
Desde ese momento y hasta la fecha, la Medalla Milagrosa es utilizada principalmente como medio para reforzar la conexión con la Virgen María, y solicitar su intervención en casos de enfermedad y convalecencia.
Para ello, se recomienda adquirir un ejemplar de la medalla, en tiendas de imaginería católica o iglesias, y hacerla bendecir por un sacerdote. También, se sugiere lavarla con agua bendita, para purificarla.
La Medalla Milagrosa puede ser llevada como dije o colgante (con una cadena), o colocada sobre el umbral de la puerta de entrada al hogar (del lado interior), para propiciar la buena salud de los ocupantes de la morada.
La Simbología de la Medalla Milagrosa
La figura de la Medalla Milagrosa presenta dos caras, como si se tratara de una moneda. La parte frontal (medalla luminosa) muestra la imagen de la Virgen. El otro lado (medalla dolorosa), simboliza el martirio de Jesús y el dolor de su madre.
En la cara frontal, o medalla luminosa, se aprecia a la Virgen María con las manos extendidas, coronada por una aureola o 12 estrellas, y de pie sobre un globo terráqueo, mientras pisa una serpiente.
La imagen se encuentra rodeada (en ovalo) por la siguiente invocación: ¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a vos (a ti)!
En los dedos de la figura de la Virgen pueden apreciarse anillos, que simbolizan la fidelidad hacia Dios y la humanidad. Igualmente, los rayos luminosos que emanan de sus manos hacen referencia a la gracia divina, que ofrece a los creyentes.
Por otra parte, el globo terráqueo a sus pies señala su condición de protectora del mundo; y la serpiente pisoteada, el mal destruido por la virtud. La corona de estrellas o la aureola, recuerda la naturaleza divina de María.
El área posterior de la Medalla Milagrosa (medalla dolorosa), muestra la Santa Cruz, enlazada con la letra “M”, una alegoría al sacrificio de Jesús y el sufrimiento de su madre, durante el suplicio de la crucifixión.
La unión entre ambas figuras, queda patentada con la presencia del Inmaculado Corazón de María (atravesado por una espada) y el Sagrado Corazón de Jesús (coronado de espinas), en la parte inferior de la medalla.
Los iconos religiosos están rodeados por 12 estrellas, en representación de los 12 apóstoles originales, y su misión de difundir el mensaje del Maestro Jesús, entre los hombres y mujeres del mundo.
Juan Pablo II y la Virgen de la Medalla Milagrosa
Uno de los grandes promotores de la devoción mariana, durante la época contemporánea, fue el Papa Juan Pablo II, quien defendía la importancia de la Santa Madre como intercesora ante Dios y protectora del mundo.
El Pontífice era un asiduo visitante a los santuarios marianos, donde oraba para obtener el auxilio de la Virgen, con el propósito de despertar la piedad y la compasión en los corazones de la humanidad.
En el año 1980, el Papa acudió a la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa en París. Las palabras que ofreció en ese momento, se conservan aún como una de las oraciones más preciosas de la cristiandad:
¡Oh María, sin pecado concebida!
Ruega por nosotros que recurrimos a Ti.
Ésta es, oh María, la oración que inspiraste a Santa Catalina Labouré en este mismo lugar, hace ciento cincuenta años.
Y esta invocación, grabada ahora en la Medalla, la pronunciarán en adelante ¡tantos fieles en el mundo entero!
¡Bendita tú eres entre todas las mujeres!
Has sido íntimamente asociada a toda la obra de nuestra Redención, asociada a la Cruz de nuestro Salvador: tu corazón fue traspasado junto a su corazón.
Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores.
Velas por la Iglesia, de la que eres la Madre.
Velas por cada uno de tus hijos, y alcanzas de Dios, para cada uno de nosotros, todas las gracias que simbolizan los rayos de luz que emergen de tus manos abiertas, con la sola condición de que nos atrevamos a pedírtelas, de que nos acerquemos a Ti con la confianza, la osadía, y la sencillez de un niño.
Y así, nos llevas sin cesar hacia tu divino Hijo.
Oración a la Virgen de la Medalla Milagrosa
La innumerable cantidad de oraciones, elaboradas por los fieles, como homenaje a la Virgen de la Medalla Milagrosa, es una prueba de la devoción existente hacia esta advocación mariana.
Muchas de estas plegarias han pasado de generación en generación, difundiéndose entre la feligresía portadora de la Medalla Milagrosa, como un efectivo medio para lograr la intervención divina, en momentos de pesar.
A continuación la oración, de autor desconocido y difusión popular, utilizada por los poseedores de la Medalla Milagrosa, para solicitar fortaleza en caso de enfermedad:
¡Virgen María, Madre de Misericordia! Con confianza vuelvo la mirada, una mirada filial, hacia ti.
Sé y creo que me acompañas en mi sufrimiento, como lo hiciste para Jesús, tu Hijo, camino del calvario.
Cuando pese mi cruz, ayúdame a llevarla y a no descorazonarme.
Virgen María, Madre Nuestra, ruega por mí así como por todos los que me tratan con cariño ¡Que por tu intercesión, Jesús tu Hijo, nos colme de su paz y guarde nuestra esperanza!
Amén.